27 de març 2010

Adicciones: un dormir sin sueño











“La muerte es un dormir sin sueño y tal vez sin despertar”. La frase es atribuida a Napoleón y fue retomada por Freud evocando el parentesco entre Hipnos (el sueño) y Tánatos (la muerte).

Generalmente, en la orientación lacaniana abordamos la clínica de las adicciones y del consumo por la vertiente del goce, como una satisfacción que lleva al sujeto más allá del principio del placer hacia la pulsión de muerte y que queda anclada como un imperativo del superyó dirigido al sujeto: ¡goza, goza un poco más todavía!

Pero podemos también tratar la cuestión de la toxicomanía y del consumo en general por una vertiente tal vez no tan explorada: la vertiente de la “pérdida de la conciencia” como una forma especial del sujeto del goce. En realidad, siempre ha existido esta vertiente en las adicciones: perder la conciencia, no pensar más, aparece muchas veces como un ideal buscado en el consumo del tóxico. Hacer de la conciencia un objeto es, por otra parte, lo que nos promete la ciencia de la cognición que reduce el sujeto a la conciencia tomada como objeto, incluso cuando se le añade la idea de un “inconsciente” neuronal.

La droga suele cumplir esta función de proveer al sujeto de “un dormir sin sueño”, en los dos sentidos de la expresión: dormir sin estar ya sometido al pensamiento (función de los hipnóticos) o soñar sin estar dormido (función de los alucinógenos o también de las anfetaminas). Las dos funciones tienen en común el ideal de “dormir sin sueño” para seguir durmiendo en la realidad, esto es, para seguir viviendo sin hacerse cargo de los efectos del lenguaje sobre el sujeto, para así sustraerse a los efectos del inconsciente. Era la constatación de Lacan: el sujeto despierta… para seguir durmiendo en los brazos de la realidad, hasta un nuevo (des)encuentro con lo real que lo despierte del sueño de su conciencia. Es algo que nos ocurre, de hecho, de una forma generalizada por la función hipnótica que va desde los medios de comunicación – basta con quedarse sentado cierto rato ante una televisión – hasta otras formas más sutiles de entrar en estados de discontinuidad de la conciencia. El consumo del tóxico vendría así a promover el adormecimiento del sujeto ante lo real, siempre mal calculado ya que lo real retorna cuando menos se lo esperaba. Ante la posibilidad de este retorno, nada parecería mejor estrategia que un “dormir sin sueño” en el que la conciencia misma se transforme en un objeto desechable, como un producto más al alcance del mercado.

Visto desde esta perspectiva, hay en las adicciones una vertiente cercana a lo que Zygmunt Bauman, en “Vida de consumo” (Fondo de Cultura Económica, 2007), denomina “fetichismo de la subjetividad”. Se trata del empuje al que se ve llevado el promotor de un producto cuando debe convertirse, él mismo, en el primer producto que debe promover. Es la estrategia comercial de la (hiper)modernidad líquida en la que se produce la conversión del sujeto en un objeto. Tal como escribe Bauman (p. 25): “En la sociedad de consumidores nadie puede convertirse en sujeto sin antes convertirse en producto, y nadie puede preservar su carácter de sujeto si no se ocupa de resucitar, revivir y realimentar a perpetuidad en sí mismo cualidades y habilidades que se exigen a todo producto de consumo”. No es sólo que en este proceso el sujeto quede reducido a un objeto, es que para ser un sujeto representable en el Otro del campo social hay que convertirse primero en un producto. Ser producto es ahora condición de subjetividad, lo que converge en aquella fórmula lacaniana, puesta de relieve por Jacques-Alain Miller, según la cual asistimos a un “ascenso al cenit social del objeto a”, el objeto causa del deseo.

Así, en la “capacidad de transformar a los consumidores en productos consumibles”, señalada por Bauman (p. 26), podemos encontrar hoy uno de los principios de toda adicción como forma de fetichismo del producto situado en el lugar del sujeto agente.

A su vez, este proceso va acompañado de un efecto de transformación de la experiencia del tiempo subjetivo. Se trata de lo que el propio Bauman (p. 51-52) define como una “renegociación del significado del tiempo”, de la experiencia de un tiempo puntillista en lugar del tiempo lineal o cíclico, propio de otros momentos de la civilización. Este nuevo tiempo subjetivo aparece como una experiencia, de la que el adicto da muchas veces testimonio, de una serie de “instantes eternos” pulverizados en su discontinuidad. Es también la “vida ahorista” como ideal del adicto a lo fugaz e instantáneo. No es sólo una forma de goce pulsional, de la satisfacción obtenida con el objeto, es también una elección de hacer de la objetivación (o de la objetalidad) una condición de la subjetividad.

Señalemos entonces una hipótesis conclusiva: la adicción generalizada como “un dormir sin sueño”, ese dormir que limita con la pulsión de muerte, es un producto, él mismo, del nuevo fetichismo de la subjetividad; y es, a la vez, la objeción del sujeto a su reducción a lo cognitivo, a la reducción de su conciencia a un nuevo objeto de consumo.

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(Resumen de la intervención en el Grupo de Investigación en Toxicomanías y Alcoholismo, de la Sección Clínica de Barcelona, el 16 de Diciembre de 2009. Puede consultarse una reseña en el Blog de la ELP).

01 de març 2010

Conversaciones con Galileo (sobre la imposible ciencia de la conducta)*









- Bien Galileo,
ahora empezamos a hablar por fin desde posiciones en las que podamos ”malentendernos” de la buena manera y no a simples lanzamientos de boomerangs de ”conocimiento”. Aprecio tu observación [sobre una posible ciencia de la conducta], pero ahora hay que argumentarla en el orden del saber.
Convendrás conmigo en lo siguiente: para que una ciencia se constituya como tal, es preciso primero que defina su objeto de un modo preciso, objetivo, que sea validable de forma independiente del observador y de sus instrumentos. La psicología llamada científica arrastra desde sus inicios un problema, entre muchos, que no ha podido resolver de manera convincente para muchos científicos y epistemólogos: es el de la propia constitución de su objeto científico. Su supuesto objeto, ”la conducta observable de los individuos y sus procesos mentales”, es una abstracción que depende más del punto de vista del observador que no de una supuesta objetividad del fenómeno. El tema es de lo más escurridizo y no he visto todavía alguien que fundamente ese presupuesto epistemológico con un verdadero ”espíritu científico”. Watson, para hablar del primero que lo intentó, quiso definir ese objeto como el conjunto de reacciones adaptativas objetivamente observables que un organismo - generalmente provisto de un sistema nervioso - ejecuta respondiendo a unos estímulos - también observables - procedentes del medio en que vive. Aunque desde Watson ha corrido mucha tinta, (introducción de la noción del afecto y de la cognición, por ejemplo) este ”principio” sigue vigente e incuestionado hasta donde yo sé. Visto así, no se ve cómo la psicología podría constituirse como una ciencia distinta a la etología, o a la biología, o a las mismas ciencias de la computación. No digo que tome ‘’sus fundamentos” en ellas - eufemismo con el que muchos piensan resolver el tema - sino que se constituya como ciencia en sentido fuerte para poder sentar verdadera cátedra.
(En este punto, la lectura de un Georges Canguilhem, para poner un ejemplo crítico entre muchos, es de lo más instructiva).
Desde ahí, los equívocos se suceden. Por ejemplo: ¿cómo distinguir una ”respuesta” - que supone inevitablemente una intención significativa - de la simple ”reacción” de un sistema biológico?
Estoy planteando las cosas en los principios básicos, pero las cosas pueden llegar a peores problemas de construcción como la actual quimera - esa sí es una quimera, estimado Galileo - de querer atrapar el significado de los pensamientos, de los deseos y de los afectos, con las imágenes coloreadas de una resonancia magnética funcional (fMRI) del cerebro.
Desde esta perspectiva epistemológica, las llamadas TCC (Terapias Cognitivo-Comportamentales), que se refieren de maneras muy diversas y a veces contradictorias a las neurociencias, deben demostrar todavía que son algo más que un saco heterogéneo de técnicas de autosugestión y autocoerción inducida con un aderezo estadístico para tener aspecto de ciencia.

Queda por tratar aquí el otro gran problema de la medición en este campo. Ahí, estimado Galileo, tu ilustre antecesor Galielo Galieli planteó con su ”medir todo lo que es medible y lo que no es medible hacerlo medible” un gran problema tampoco resuelto hasta ahora. Tú conoces mucho mejor que yo el límite determinado por la constante de Planck.

Entonces, cuando dices con respecto a los argumentos de esas terapias: ”Lo que escuché fue un lenguaje terminológico y unos procedimientos homologables, en muchos aspectos, con el llamado método científico”, ¿debo pensar que más bien te dejaste seducir por las bellas sirenas del lenguaje, por su potente aspecto formal, pero vacías de un contenido que han tomado prestado de otros seres mucho menos míticos? Estimado Galileo, en este punto, prefiero seguir atado al palo y navegar entre la Escila y Caribdis de la ciencia y el sujeto que la hace posible.


Desde ahí, seguiré gustoso el debate.

*Este breve texto forma parte de un debate transcurrido recientemente en un Foro de ciencia del periódico “Público”. "Galileo" es el pseudónimo del hombre de ciencia que era un interlocutor en el debate.