30 d’abril 2010

El falo y sus cifras*

El título de esta mesa - Lo real del semblante-falo en el psicoanálisis - nos recuerda que la disyunción entre lo real y el semblante no es una disyunción absoluta. Esta disyunción no podría ser el fundamento para una nuevo dualismo que reeditaría aquel otro, nunca periclitado del todo en la ciencia de nuestro tiempo, que se establece entre cuerpo y mente, esa mente que surgiría como una “realidad emergente”, según el misterioso lenguaje de las neurociencias actuales.
No, la disyunción entre lo real y el semblante que Lacan elabora en su enseñanza no puede llevar nunca a reeditar un dualismo tan insistente como improductivo a la hora de localizar al sujeto. Esta disyunción tiene a la vez para Lacan su punto de intersección que queda definido de una manera muy clara en su Seminario, precisamente cuando trata de las relaciones paradójicas de la ciencia con lo real.  “Lo que es real, - [dice en su Seminario XVIII] -, es lo que hace un agujero en este semblante, en el semblante articulado que es el discurso científico. – [Y añade] - El discurso científico progresa sin ya ni preocuparse de si es o no semblante”[1].
Así pues, hay al menos un punto de intersección entre lo real y el semblante. Esa intersección es lo que hace un agujero, es ese agujero. Y es para evitarlo, incluso para forcluirlo – si tomamos el término que Lacan utilizó muy pronto al situar la operación de la ciencia moderna – que esta ciencia ya no piensa en preocuparse por si su discurso es o no semblante, por si sus operaciones con lo real atraviesan más o menos los semblantes de cada época, o por si instaura otros nuevos en el lugar de ese agujero. No es sólo que la ciencia no piense, como indicaba Heidegger, es que no puede pensarse a sí misma atrapada en los propios semblantes con los que interpreta y trata lo real. De ahí que el real de la ciencia y el real del psicoanálisis se separen, en la misma medida que se separan, para el sujeto de la experiencia analítica, lo real y la verdad como un semblante.
Esta coyuntura se hace especialmente decisiva a propósito, precisamente, del semblante por excelencia que el psicoanálisis viene localizando desde su nacimiento en la experiencia clínica, el semblante del falo. El significante del falo, el semblante que da sostén y sustento a las significaciones del sujeto, a la consistencia más o menos sólida de su realidad de lenguaje, ha sido desde el principio el lugar en el que se han encarnado los enigmas del sentido y del sexo, del goce y de sus diferencias irreductibles.
Este semblante del falo, ¿será hoy otro más de los semblantes pasajeros? Digamos más bien que la ciencia de nuestro tiempo lo encarna sin saberlo en el cerebro como sede de las significaciones del lenguaje. Y  cada vez que incluye la expresión de un “correlato neuronal” a cualquier experiencia subjetiva, reedita así un dualismo insospechado en la misma medida que piensa resolverlo con su reduccionismo a lo real neuronal. El misterio de lo real de la significación fálica sigue, sin embargo, haciéndose presente en aquello que no cesa de no escribirse en ese otro real de la ciencia. Las cifras se suceden para intentar atraparlo.
De ahí nuestro título: el falo y sus cifras.

Pero digamos de inmediato que el psicoanálisis, siguiendo su horizonte científico, empezó también por querer cifrar el falo.
Conviene recordar, en efecto, que fue el propio Sigmund Freud quien se propuso cifrar por primera vez la actividad mental y cuantificar sus significaciones correspondientes en su abandonado “Proyecto de una psicología para neurólogos”[2]. Este factor cuantitativo e  hipotéticamente medible quedó cifrado en su lenguaje con la letra Q, la cantidad descargada por la neurona que podía transformase, a su vez, en la cualidad singular de cada sensación. Su “teoría de la cantidad” era uno de los pilares de la teoría neuronal, pronto abandonada en el horizonte de la ciencia de su época, para dirigirse a otros modelos, como el óptico, donde pasó a localizar en su tópica la producción de los semblantes del lenguaje. Pero fue primero en este factor Q en el que cifró las distintas experiencias de satisfacción, del dolor, del afecto y del deseo, hasta del Yo y de la conciencia. El factor Q era así la primera cifra freudiana de ese real neuronal en el que debían asentarse las significaciones del lenguaje.  Las neurociencias de nuestro siglo no parecen haber ido más lejos al pretender cifrar lo más real de lo cualitativo de los afectos y de las representaciones mentales en los llamados “qualia”, las cualidades subjetivas de las experiencias mentales, (por ejemplo, la rojez de lo rojo, o lo doloroso del dolor). El misterio del semblante del falo sigue sin duda tan presente aquí como en el famoso fresco de la Villa dei Misteri en Pompeya evocado por Lacan en diversas ocasiones.
No es por azar que por aquella misma época del proyecto freudiano se fraguara el otro proyecto de su colega y amigo Wilhelm Fliess, para quien buena parte de los fenómenos biológicos y subjetivos seguían la combinatoria significante de los dos ciclos fundamentales: 23 días del lado masculino, 28 del lado femenino. El valor fundamental de estas cifras que gobernaban las significaciones del lenguaje fue anunciado en su obra “Las relaciones entre la nariz y los órganos sexuales femeninos desde el punto de vista biológico”. La significación del semblante del falo llegaba aquí a desplazarse hasta los mismo cornetes nasales, un poco más abajo con todo de las áreas cerebrales de Broca y de Wernicke donde la neurología había ya alojado las primeras sedes del lenguaje. Es sabido que Freud le otorgó una credibilidad algo más que supersticiosa, en una lógica de la transferencia que Lacan comentó en diversas ocasiones como el “caso original” del psicoanálisis, añadiendo lo siguiente: “Fliess, es decir el medicastro, el cosquilleador de narices, pero que con esta cuerda pretende hacer resonar los ritmos arquetípicos, veintiún días para el macho, veintiocho para la hembra,  muy precisamente ese saber que se supone fundado en otras redes que las de la ciencia que en esa época se distinguía por haber renunciado a ellas”[3]. Se trata, en efecto, de otras redes que las neuronales donde el sujeto supuesto al saber encuentra su soporte. Pero localizar la causalidad de los síntomas y desarreglos sexuales en las irritaciones nasales, localizar allí lo real del semblante fálico, no tiene porqué ser tan distinto a localizarlo en ciertas zonas de la corteza parietal, que es donde acaban de localizarse no hace mucho, en el MIT (Massachusetts Institute of Technology) las así llamadas “neuronas divinas” como origen y causa del sentimiento de transcendencia y de religiosidad en los humanos.
Lo que nos interesa, por nuestra parte, es localizar aquello que no cesa de no escribirse en esta pasión de cifrar la significación, pasión que, de hecho, siempre compartimos un poco con la ciencia, porque es en este no cesar de no escribirse donde encontramos lo real, lo más real propio del psicoanálisis que los semblantes de la ciencia dejan escapar de modo irremisible como resto de su operación.
¿Por qué no seguir a Freud y su interés por cifrar, por ejemplo, la fecha de la escena primaria en el caso del Hombre de los Lobos, momento preciso en el que el sujeto debió ver la relación sexual entre los padres? Lacan llegó a afirmar que esa pasión llevada al tratamiento no fue ajena al empuje experimentado por el sujeto a lo más real en sus episodios psicóticos. Freud terminó por cifrar esta escena en una fórmula, una suerte de matema freudiano del fantasma que fija lo más real e intrusivo del goce sexual, la fórmula (n + 1 ½), siendo “n” un número de años indeterminado de la vida del sujeto[4].
Podríamos seguir, sin duda, este rigor lógico en la orientación que Lacan encontró en los matemas para cifrar ese real del semblante, lejos sin embargo de la pasión de lo medible que inunda el cientificismo actual. Si hay, en efecto, un principio fálico en la ciencia es el que animó en Galileo la pasión por lo medible como principio de la ciencia: hay que “medir todo lo medible y hacer medible lo no medible”. Hoy la propia ciencia no sabe muy bien dónde están los límites de ese proyecto, a la búsqueda de un determinismo cuantificable, pero se pueden localizar precisamente allí donde aparecen los agujeros de sentido en el semblante fálico tal como los encuentra el sujeto en la experiencia analítica.
Así señalaba Jacques-Alain Miller que la última enseñanza de Lacan se orientaba más bien por un real sin ley, sin determinación posible, un real que sólo la contingencia y el equívoco puede abordar para que el sujeto se haga respuesta suya. En esta orientación, es cierto, podemos afirmar que “no hay ciencia de lo real”, como indicó en el último Congreso de Buenos Aires.[5]
Volvamos entonces, para concluir, a la indicación de principio que hemos recogido de Lacan sobre el agujero como punto mínimo de intersección entre el semblante y lo real. Con respecto al falo y sus significaciones, este agujero sólo parece abordable hoy a través del equívoco que la letra introduce en el significante, haciendo también un agujero en él. A diferencia de la ciencia que, sigue diciendo Lacan allí mismo, “hace aparecer los buenos agujeros en el buen lugar”[6] sin que semblante y real puedan diferenciarse ya, el psicoanálisis encuentra lo real precisamente allí donde el semblante fálico se desencaja dejando aparecer lo inesperado. Ante este real, el psicoanálisis debe saber hacer resonar hoy el equívoco de la cifra del falo en nuestro mundo, el equívoco que lo desplaza desde la cifra entendida como número a la cifra entendida como letra. Es este equívoco el equívoco que lo convierte de nuevo en un enigma descifrable, el enigma que el velo fálico sigue haciendo presente para el sujeto de la experiencia analítica, entre el misterio y la evidencia.
Tal  como me decía una niña al intentar explicar sus resistencias aritméticas a la hora de abordar el enigma de sus propios problemas y jugando sin saberlo con el equívoco en castellano entre “contar” (raconter) y “contar” (compter): “Lo que me pasa es que yo sé contar mejor con las palabras que con los números”.

 * Intervención en el VII Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, Paris, Abril de 2010.


[1] Jacques Lacan, Le Séminaire, livre XVIII, D’un discours qui ne serait pas du semblant. Du Seuil, Paris 2006, p.28. La traducción es nuestra.
[2] S. Freud, “proyecto de una psicología para neurólogos”, en Obras completas, tomo I, Biblioteca Nueva, Madrid 1972, p. 212 y ss.
[3] J. Lacan, “Première version de la ‘Proposition du 9 octobre 1967 sur le psychanalyste de l’École”, en Autres écrits, du Seuil, Paris 2000, p. 578-579. La traducción es nuestra.
[4] S. Freud, “Historia de una neurosis infantil”, en Obras Completas tomo VI, Biblioteca Nueva, Madrid 1972, p. 1959.
[5] J.-A. Miller, “Semblants et sinthomes”, La cause freudienne, nº 69, p. 130.
[6] J. Lacan, Le Séminaire, livre XVIII, D’un discours qui ne serait pas du semblant. Du Seuil, Paris 2006, p.28.

09 d’abril 2010

"Extimidad", de Jacques-Alain Miller


Extimidad*, la palabra se ha convertido ya en habitual en el campo del psicoanálisis lacaniano y empieza a ser usada más allá de él. La hemos encontrado también en los periódicos como un nombre común de aquello que siendo muy íntimo y familiar se convierte a la vez en algo radicalmente extraño. Y es verdad que esta palabra dice muy bien en su extrañeza neológica una propiedad del sujeto de nuestro tiempo, un sujeto siempre exiliado de sí mismo, que sólo parece encontrar su ser más íntimo en lo más lejano y deslocalizado de él. La palabra fue inventada por Jacques Lacan –aparece por primera vez en su seminario sobre La ética del psicoanálisis en 1958–, y aunque usada sólo contadas veces a lo largo de su enseñanza, fue repescada y reelaborada por Jacques-Alain Miller en este curso de 1985 que ahora se publica.

Desde entonces, el término ha ido penetrando, poco a poco y con el poder de un virus intratable, en los textos e intervenciones de los alumnos y lectores de Jacques Lacan, en la exposición y comentario de casos clínicos y ha llegado incluso a designar funciones precisas en la experiencia institucional de las Escuelas que conforman la Asociación Mundial de Psicoanálisis.

Al sujeto de nuestro tiempo, la extimidad se le hace presente como un goce que toma las formas más variadas de su síntoma. Ese goce, tal como señala aquí Jacques-Alain Miller, se le presenta como “algo exterior, confiado a sí mismo, rechazado del lenguaje. Ya no es éxtimo al Otro sino forcluido y retorna en lo real.” El lector encontrará así en este libro, nueva entrega del curso de Jacques-Alain Miller en el que se siguen formando varias generaciones de psicoanalistas, el modo en que estos deben hacer presente la extimidad propia del psicoanálisis para estar a la altura de su tiempo.

*Texto de presentación escrito para la contratapa del libro Extimidad. Los cursos psicoanalíticos de Jacques-Alain Miller, publicado por Editorial Paidós, Buenos Aires 2010.

07 d’abril 2010

Oscar Masotta: psicoanálisis, arte y literatura*








En un ejemplar del libro de Oscar Masotta titulado Conciencia y Estructura -se trata de una recolección de artículos sobre arte, literatura y psicoanálisis, publicada por la Editorial Jorge Alvarez en 1968 -, en la página 13 de la “Advertencia” con la que su autor quería avisar a su lector, encuentro subrayada por mí en Enero de 1978 la siguiente frase: “La historia (pienso la palabra con mayúsculas) no está en los libros, sino en nosotros, que la vivimos y la hacemos sólo a condición de soportarla”.

Es, sin duda, una definición bastante psicoanalítica de la historia, la que cada uno construye y reconstruye, cada vez desde un lugar y momento distintos, para soportarla como puede. La Historia, en mayúsculas, no existe. La historia no es lo que ocurrió sino el propio hecho de explicar lo que ocurrió, no es un conjunto de enunciados más o menos exactos sobre una realidad tomada como supuesto referente sino el acto mismo de enunciación que intenta atrapar y decir una verdad del sujeto que habla. El propio Oscar Masotta solía indicarlo cuando hablaba de los acontecimientos que habían marcado la suya: con la historia, hay que prestar atención, uno se ve siempre evolucionando y eso nos oculta la estructura de la cual se trata, de lo real que no se deja atrapar ni por la exactitud ni por el sentido. ¿Cómo atrapar hoy, entonces, el momento Oscar Masotta en la historia, ese momento que algunos han definido como el momento cero de la introducción del psicoanálisis lacaniano en lengua castellana?

Este modo de introducir mi intervención viene a cuento, en realidad, por un asunto más bien personal. Y es que no podría tratar de hablar de la obra y la figura de Oscar Masotta sin referirla, una vez más, al momento que significó para mí el encuentro con el texto de Jacques Lacan y con el psicoanálisis, allá por el año 1976, cuando en la Barcelona del desencanto postfranquista – para retomar el título de una película de aquella época – asistí por primera vez a sus conocidos grupos de estudio sobre Lacan. Con dieciocho años recién cumplidos y ya desencantado del saber universitario, encontré en esa voz de claro acento porteño, aquella noche de Octubre en el taller del pintor Josep Guinovart donde se desarrollaron por un tiempo esos grupos, un lugar de enunciación que me llevó de cabeza a leer a Lacan, con la certeza de que allí había algo digno de ser investigado durante toda una vida. Le debo a Oscar Masotta haber contribuido a encontrarme no sólo con esa certeza sino también con los medios para darle una forma, un contexto, hasta un estilo.

(Añadiré entre paréntesis, si me permiten seguir por un momento con el tono personal, que en el contexto de esa misma época otros contribuyeron a poner a mi alcance algunos buenos medios, tanto epistemológicos como de disciplina de lectura, para hacer algo con esa certeza. Las sabias contingencias han querido que uno de esos otros, mi estimado Jorge Belinsky, esté hoy aquí, a mi lado, para compartir con él esta mesa redonda dedicada a Oscar Masotta. Circunstancia que aprecio de veras).

Momento cero, pues, del psicoanálisis de orientación lacaniana en lengua castellana, momento que tuvo que cruzar el Atlántico desde Argentina para poder encontrarnos aquí con lo que sucedía más allá de los Pirineos, en el país vecino. Hay cierta paradoja en este cruce de discursos, de lenguas y fronteras, con la serie de encuentros y desencuentros que implica, cierta paradoja que tiene ya un rasgo decididamente masottiano, si me permiten decirlo así. Nada estaba, en realidad, donde se lo esperaba, nada estaba en su lugar sino en otro lado, como en los happenings que realizaba Oscar Masotta en los años sesenta, en el prolífico ambiente de vanguardia generado alrededor del Instituto Di Tella de Buenos Aires. Podía ser un “Happening de la participación total”, o también el “happening para un jabalí difunto”, hasta llegar al más que interesante “Antihappening” cuyo objetivo quedaba enunciado así: “Nos proponemos entregar a la prensa el informe escrito y fotográfico de un happening que no ha ocurrido”[1]. Se trataba con este happening inexistente de desencadenar una serie de informaciones que transformaran el acontecimiento mismo, “el lugar del momento de la creación de la obra, situándolo dentro de los medios de comunicación”, dejando así “librada su constitución a su transmisión”. Y todo ello para mostrar que el significante prima en sus avatares sobre los efectos de significado que produce, y que el goce y el sentido de ese acontecimiento está siempre desplazado a otro lugar que el que suponemos en sus enunciados. Otro de esos happenings, denominado El Helicóptero, hizo de ese hecho de discurso, de sus cruces y malentendidos, un hecho de estructura. Pues bien, ese rasgo masottiano del desencuentro me parece hoy crucial para situar su lugar de enunciación, al menos en el psicoanálisis de orientación lacaniana en castellano, pero intuyo que está también presente en sus idas y venidas entre el arte y la literatura. El desencuentro es una de las figuras mayores en las que el psicoanálisis sitúa lo que se revela finalmente como un verdadero encuentro con lo real, a condición de que el sujeto de ese (des)encuentro sepa analizar los efectos en su propia experiencia.

Es que también intuyo, por lo que leí muy pronto en varios textos de Oscar Masotta, que también para él el encuentro con el texto de Jacques Lacan y con el psicoanálisis fue una suerte de momento cero en su historia, un momento de viraje crucial después de una crisis subjetiva en la que bordeó los límites del sinsentido. La lectura de su texto de 1965, “Roberto Arlt, yo mismo”, dice lo suficiente para medir el peso subjetivo de esa crisis y de ese encuentro.

Pero ¿hay algún otro modo en realidad de atrapar algo de lo real del que somos la pasión – “pasión” en el sentido del pathos griego -, la pasión en la historia singular que reconstruimos y soportamos? ¿Hay algún otro modo que no pase por ese límite del sinsentido? Creo que una lectura atenta de los textos de Oscar Masotta, ya desde los que trataban sobre filosofía, literatura y arte, como los últimos dedicados al psicoanálisis, nos enseña que la experiencia más verdadera del sujeto, la experiencia de lo más real y singular en su búsqueda de saber, está marcada por un profundo sinsentido, por el encuentro en tal o cual de las contingencias de su vida con un real irreductible al sentido y que marca al sujeto en una experiencia que, después de Lacan, podemos definir como una experiencia de goce, de goce-sentido si quieren para traducir la joui-sens francesa, y que es sólo desde ahí que podrá escucharse la verdad más íntima del sujeto.

Cada vez que vuelvo a leer un texto de Masotta, encuentro la huella de ese encuentro, a veces sin poder distinguir ya lo que corresponde al lugar de enunciación de ese texto y lo que corresponde al lector que topó con él en su momento.

La vida, nos enseña el psicoanálisis, está hecha de encuentros de este orden, a veces algunos son tanto más decisivos para cada uno cuanto más sinsentido nos parecen.

Algo así supongo que leí en su momento en la “Introducción” que Oscar Masotta escribió para lo que, a su vez, se publicó como su “Introducción a la lectura de Jacques Lacan” (Ed. Corregidor, Buenos Aires 1974, p. 9) y que quiero citarles para concluir:

“Con una chica, un perro y un neurótico (saludemos, al pasar, las transiciones - ¿entre qué y qué? – de Winnicott), imposible ganar un campeonato de béisbol. Con un breve seminario de seis clases sobre un seminario de Lacan sobre un cuento de Poe, una conferencia pronunciada en un instituto de música, y una nota periodística, no se puede pretender que el resultado sea un libro”. Ante una introducción así, uno se decía: este tipo dirá algo interesante en algún momento. Era la espectativa que sabía generar el estilo de Oscar Masotta, y la espectativa no quedaba nunca defraudada: entre el desencuentro de la crisis y el encuentro inesperado, uno terminó encontrándose, en efecto, con la causa analítica del texto de Lacan.

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*Intervención en la mesa redonda "Psicoanálisis, arte y literatura", organizada el 30 de Marzo de 2010 por Casa Amèrica Catalunya, con la colaboración de la Biblioteca del Campo Freudiano de Barcelona. La mesa redonda versó sobre la figura y el pensamiento de Oscar Masotta. Ejerció de moderador Edgardo Dobry (Universitat de Barcelona) y contó con las intervenciones de Jorge Belinsky (Universidad Complutense de Madrid) y de Miquel Bassols (Escuela Lacaniana de Psicoanálisis).

Puede encontrarse una reseña del acontecimiento realizada por Juan Ramón Lairisa el 7/04/2010 en el Blog de la ELP.

[1] Ver Ana Longoni, “Oscar Masotta: vanguardia y revolución en los sesenta”, en Oscar Masotta, Revolución en el arte, Pop-art, happenings y arte en los medios en la década de los esenta. Edhasa, Barcelona 2004, pp. 70-71.