26 de març 2011

Invención y psicoanálisis



La invención ha designado habitualmente un campo que está a caballo entre el arte y la ciencia*. La invención del poeta y el rigor del matemático[1] se han repartido así lo que el lenguaje ha hecho posible en el ser que habla: la metáfora creadora con sus múltiples significaciones por un lado, la escritura unívoca y sin significación de la formalización matemática por el otro. Si la primera hace posible en la poiesis la creación a partir de la nada, del vacío de un objeto siempre reacio a ser matematizado, la segunda ha poblado el universo de nuevos objetos con su techné, objetos que la tecnociencia de hoy ya ha llegado a injertar en el ser que habla como si le fueran connaturales.
El psicoanálisis es un invención del siglo XX, una invención  que no habría podido producirse sin la ciencia moderna pero tampoco sin ese objeto creado de la nada (das Ding) que solo el arte ha sabido singularizar en el ser que habla. ¿Qué lugar podrá tener el psicoanálisis y sus invenciones a partir de este nuevo siglo, cuando ya el arte ha “hecho ver la falta esencial que habita y sostiene a todo objeto”[2] y la ciencia parece haber cerrado también su ciclo alrededor de una forclusión definitiva del sujeto? El inconsciente freudiano parecería evaporarse así entre uno y otro, si no fuera por el retorno incesante del síntoma que, con su sufrimiento y su satisfacción substitutiva, se hace siempre y una vez más testimonio suyo. ¿Qué lugar, pues, para la invención del psicoanálisis en el nuevo orden simbólico que este siglo parece querer reducir a un problema de conocimiento objetivo, y el conocimiento a una mera técnica de manipulación de información?
¿Pero no fue, no habrá sido el inconsciente mismo otra cosa que una invención de Freud? Es la pregunta que se hizo Lacan en diversas ocasiones[3]. Fue en cualquier caso una invención que requería de una pareja, el sujeto histérico y su transferencia, como testimonio del lugar del Otro donde se alojaba un nuevo saber, un saber que había que saber descifrar primero para darle después ese lugar, lugar que no existe por sí mismo. Fue un arte y fue también un esfuerzo de formalización de Freud los que hicieron existir la invención del inconsciente como ese nuevo saber y ese nuevo lugar a la vez. Cuando lo descubrió fue, como indica Lacan, de un solo golpe, pero para sostener esa invención había que hacer después su “inventario”[4] en el ser que habla. Es lo que los psicoanalistas hacemos desde entonces en la clínica del “uno por uno”, con los efectos de enseñanza y de transmisión que ello implica.
¿Basta hoy con ello?
Lacan terminaba el siglo que lo vio nacer a él y al psicoanálisis con la idea de que eso no bastaba. Y elaboró una nueva categoría para abordar lo que puede ser el principio de la (re)invención del psicoanálisis para este siglo: la categoría de lo real. Se trata de un real propio del psicoanálisis que, es cierto, solo se hace presente en la singularidad de cada caso pero es un real que, por esa misma razón, necesita de una reinvención incesante, dada la modalidad con la que se hace presente: la de no cesar de no escribirse.
En este punto conviene distinguirlo claramente del real que la ciencia de hoy piensa representarse y manipular con sus instrumentos de observación. El real de la ciencia es un real que incluye un saber ya escrito, un real que, por decirlo así, no cesa de escribirse. Por lo que respecta al sujeto y a sus síntomas, la ciencia cree aprehender hoy este real en el gen y en la neurona fundamentalmente. El efecto que produce sobre lo simbólico sigue, sin embargo, la lógica de la forclusión que Lacan ya situó en su momento: todo lo simbólico deviene entonces real. Las invenciones de la ciencia siguen hoy muchas veces esta fórmula reduccionista que promete encontrar y manipular el sentido en un real donde todo el saber está ya escrito o donde podremos también reescribirlo. La fórmula sigue muy de cerca la que encontramos en el propio texto de Lacan con respecto a la esquizofrenia, donde “todo lo simbólico es real”[5]. Solo se distingue de ella en la medida que el científico retrocede un poco para reconocer lo simbólico que él mismo ha introducido en ese real con su instrumento, incluso con su deseo más ignorado. En este punto, el artista tiene todavía la ventaja de hacerse el inventor de su instrumento simbólico con el que funda un “saber hacer” singular. Es la invención del arte que encontramos en un James Joyce con la creación de su nueva lengua y que Lacan investigó en el Seminario dedicado a ese saber hacer. El arte tomó la forma de síntoma, de sinthome  para ser más precisos e incluir su singularidad de forma de goce.
Si en algún lugar encontramos un paradigma de la nueva invención que el psicoanálisis puede ofrecer en el nuevo orden simbólico del  siglo XXI es, en efecto, en la formación del sinthome como creación singular del sujeto una vez ha reducido su síntoma a algo que no es comparable a nada, “tautología de lo singular”[6]. Es entonces una creación que, en realidad, no tiene un orden ni una ley previos en la medida que hace presente lo real que era el corazón del síntoma, el corazón de su ser de goce.  
Si el cientificismo de Freud y su invención del inconsciente había creído  que lo real último del psicoanálisis estaba en la biología, lo real abordado por la enseñanza de Lacan será idéntico a la topología, a ese objeto que se construye alrededor del mismo vacío que causa la creación. Pero a la invención freudiana del inconsciente como elaboración de saber, Lacan opondrá su propio sinthome que responde al real propio del psicoanálisis, según una fórmula que, al revés de aquella que define a la ciencia, se enunciará así: “lo real es lo simbólico”[7]. La invención última de Lacan, su sinthome con el que nosotros afrontamos el nuevo siglo, es precisamente este nuevo real que puede dar lugar a una reescritura de lo simbólico por otros medios que los que nos propone la ciencia.  Es desde ahí que podemos entender la paradójica fórmula enunciada finalmente por Lacan: “Yo he inventado lo que se escribe como lo real”.[8]







* Colaboración en el volumen Scilicet de preparación del VIII Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, El orden simbólico en el siglo XXI, Buenos Aires 23 -27 de Abril de 2012.

[1] Evocamos así la imagen con la que Lacan describe al personaje central del cuento de Poe en su texto “El Seminario sobre La carta robada”, en Escritos, Ed. Siglo XXI, México 1984, p. 33.
[2] Tal como lo definió de manera tan elegante como precisa Gérard Wajcman a propósito de Marcel Duchamp en El objeto del siglo, Amorrortu, Buenos Aires 2001, p. 84.
[3] Por ejemplo en su Seminario del 12 de Mayo de 1965, Problemas cruciales del psicoanálisis, (inédito).
[4] Es el término que Lacan utiliza para modular el descubrimiento freudiano: “Para decir que el inconsciente en Freud cuando lo descubre (lo que se descubre de una sola vez, todavía es necesario después hacer su inventario), el inconsciente es un saber en tanto que hablado como constituyente de LOMbre”, en “Joyce le Symptôme”, Autres écrits, du Seuil, Paris 2000, p. 565. La traducción es nuestra.
[5] Jacques Lacan, “Respuesta al comentario de Jean Hyppolite sobre la Verneinung de Freud”, en Escritos, siglo XXI, México 1984, p. 377.
[6] Como lo definía Jacques-Alain Miller en su Curso del 17/12/2008.
[7] Es así como lo enunciará Jacques-Alain Miller en su Curso del 19/01/2011.
[8] Jacques Lacan, Seminario 23, “El sinthome”, Paidós, Buenos Aires 2006, p. 127.


25 de març 2011

Pluralidad clínica del autismo



 Un debate está en curso a partir de la propuesta no de ley que un lobby – lo que en política designa a un “grupo de presión” – ha conseguido hacer pasar al Parlamento español, propuesta según la cual solo podría tratarse a sujetos diagnosticados de autismo con métodos conductuales. Y ello sin tener en cuenta la pluralidad de tratamientos que ya se están realizando en la Red pública desde hace muchos años. La posibilidad de elección de tratamiento por parte de los sujetos y de sus familias quedaría así pura y simplemente excluida. Las alertas se han vuelto a abrir ante una pretensión tan exclusiva. No debería sorprender que los argumentos sigan teniendo el corte cientificista y reduccionista de otras veces. Ahora se añade una posición a esas argumentaciones que entra de lleno en lo que el científico Javier Peteiro ha tenido el acierto de denominar, en el excelente libro que hemos presentado y comentado recientemente, El autoritarismo científico (Miguel Gómez Ediciones, Málaga 2010). Las notas que aquí desarrollamos son solo un episodio más en el debate que seguimos en contra de ese autoritarismo inaceptable y de sus argumentaciones fundadas en datos de apariencia  “científica”. De hecho, la propia “comunidad científica” se muestra hoy tan dividida al respecto de hipótesis reduccionistas de este tipo que un mínimo sentido común aconsejaría ponerlas en reserva para dar lugar a una pluralidad pragmática cuando ésta sea argumentada. Es lo que nos proponemos aquí. 

Ratones como autistas
Se suele repetir de forma categórica, sin medir el alcance de tales afirmaciones, que “el autismo es una afectación neurológica de causas genéticas”. A veces se añade la coletilla de que “hay conjeturas científicas fundadas para sostenerlo”, a veces se declara simple y llanamente que “todavía no se ha podido verificar experimentalmente”. La afirmación, sin embargo, sigue su curso tanto en los medios de comunicación como en muchos asesoramientos a padres y familiares de sujetos diagnosticados de autismo. El tratamiento conductual y/o farmacológico suele entonces proponerse, cuando no imponerse, como el más indicado y validado “científicamente”.
La última de las referencias que se nos han dado a conocer para sostener tales afirmaciones lleva el siguiente título: “Shank3 mutant mice display autistic-like behaviours and striatal dysfunction”[1],  “Ratones mutantes de la Shank3 presentan conductas de tipo autista y disfunciones estriatales”.  “Shank3” es una proteína postsináptica cuya mutación sería la responsable de tales conductas y disfunciones… ¡en algunos ratones! Shank3 es, pues, el nuevo candidato (de hecho, ya estaba en la lista hace unos años) para explicar el origen y causa del autismo.  Los candidatos, en efecto, se suceden  desde hace unas décadas para la futura y esperada nominación. Hace un tiempo el candidato mejor posicionado era el gen CACNA1G, en otro momento ha sido el gen PTCHD1. Aunque la primera idea de una causa monogénica (debida a un solo gen) del autismo se ha desvanecido hace tiempo, los titulares no se hacen esperar: “El gen Shank3, responsable del autismo”, leemos ya en la prensa. Más allá de la impropiedad conceptual de tales afirmaciones (el nombre de la proteína ha sido adoptado por el supuesto gen), queda la semilla de la esperanza para un tratamiento que, siguiendo el modelo conductual de los ratones, se calificará también de conductual a la espera de que la enfermedad supuestamente orgánica sea corregida en su mutación genética.
Tomamos este ejemplo no porque nos parezca más o menos fundado en razón, – en realidad, no nos lo ha parecido en absoluto -, sino porque es paradigmático de la epidemia que asola este medio. Es una epidemia que se alimenta de la última investigación promovida en departamentos universitarios y laboratorios que poco o nada tienen que ver con la clínica real del autismo, pero que se propone como garantía última de su tratamiento con la etiqueta de  una falsa ciencia.

Empecemos por señalar algo que, por más obvio, no deja de pasar por alto a los transmisores de esta epidemia: la mera idea de diagnosticar a un ratón de “autismo” es un contrasentido absoluto, cuando no un insulto a una tradición clínica que ya tiene suficientes dificultades, como veremos, para ordenar el cuadro de fenómenos agrupados bajo ese término. Bien es cierto que tal como se prepara la próxima edición del DSM-V, manual con el que se supone deben orientarse los practicantes clínicos, está claro que el espectro se amplía de tal forma que casi cualquier rasgo juzgado por el observador como una “anormalidad en la sociabilidad” podrá incluirse en él.
Veamos la crítica de uno de los redactores del DSM-IV y jefe de Tareas del Equipo redactor, Allen Frances, ha hecho ya a la definición de TEA prevista en la próxima versión del DSM-V:
Trastorno del Espectro Autista (TEA). El trastorno de Asperger desaparecería en esta nueva categoría unificada. Aunque esta consolidación parece bien a algunos expertos, es controvertida y presenta problemas serios. Los afectados de Asperger (que es una discapacidad mucho menor) quedarán estigmatizados por la asociación con el trastorno clásico de autismo. Además, en la práctica diaria llevada a cabo por personas no expertas, el concepto de espectro alimentará probablemente la epidemia de un autismo definido de manera muy imprecisa, cosa que ya se ha iniciado con la introducción del síndrome de Asperger en el DSM-IV.”
El panorama es tan confuso que cuesta pensar en la posibilidad de su ordenación por una causalidad genética o neuronal , causalidad que se diluye cada vez más con la imposible especificidad de los síntomas. Las causas y la etiología del autismo se convierten entonces en un asunto tan pantanoso como el de averiguar el origen de cualquier respuesta considerada como asocial en un sujeto. Al igual que en el artículo que hemos tomado como referencia,
todo el problema está en el modo en que se conciban las "autistic-like behaviours" del título, esas “conductas como de autista”. Es el problema que queda como un supuesto siempre sin definir en este estilo de artículos: ¿"like" qué? La vaporosa creencia de que un ratón podría establecer “vínculos sociales e intersubjetivos” anida en ese supuesto como un verdadero virus animista nunca explicitado ni interrogado. Nada que ver con una concepción fundada en una razón científica. Es, sin embargo, de ese malentendido que se alimenta la absurda homología que se establece entre las reacciones de un ratón a una modificación biológica y las dificultades subjetivas de alguien que responde a un problema en su cuerpo a través de una experiencia que sucede por entero en un mundo de lenguaje.
Pero es necesario haberse planteado al menos algunas preguntas sobre la estructura del lenguaje y sus efectos sobre el cuerpo en el tratamiento de un sujeto diagnosticado de autismo para ser sensible a esta dimensión clínica. Lo más llamativo es que las afirmaciones anteriores están hechas por investigadores que observan a ratones pero que no han llevado a cabo ningún tratamiento con sujetos autistas. En realidad experimentan con ratones y extrapolan después los resultados sobre sujetos que no han tratado nunca.


[1] Artículo publicado en Marzo de 2011 en la revista Nature. (published online 20 March 2011).

09 de març 2011

La angustia, el caballo del pensamiento

Conferencia en Granada. Presentación del Seminario "La Angustia" de J. Lacan.

[...] «La angustia –dirá Jacques Lacan al principio de este Seminario sintetizando la dualidad entre pensamiento y cuerpo– es el caballo del pensamiento». Esa bella frase está en el primer capítulo, es una definición poética de la angustia, la angustia como el caballo del pensamiento. Cuando la leí, pensando en Granada, me di cuenta de que era una frase lorquiana. Se podría encontrar (y lo encontré) en Lorca varios lugares donde la figura del caballo aparece, en concreto, como la figura de la angustia, el objeto angustiante. Por ejemplo, en el Romance de la luna, luna encontramos esa frase: «Huye luna, luna, luna/ que ya siento sus caballos». Se refiere a los caballos de los gitanos que van a raptar a la Mujer luna y Lorca dice “huye”, da la señal de angustia a la Luna, porque ya vienen los caballos a raptar a esa Luna. Podría hacerse una clínica diferencial, sería un ejercicio de seminario al estilo de los que a veces nos gusta hacer en el Campo Freudiano, de los caballos en la Clínica psicoanalítica y en la Literatura. Tomar, por ejemplo, el caballo de García Lorca como una figura eminente de lo que es el objeto de angustia y ponerla a la par del famoso caballo del Caso ‘Juanito’, otro caso de Freud, que es el caso por excelencia del objeto fóbico caballo. 
Hay otro poema de García Lorca: «Soledad de mis pesares /caballo que se desboca /al fin encuentra la mar / y se lo tragan las olas». Es el Romance de la pena negra, donde encontramos la figura del caballo desbocado, el caballo del pensamiento diría Lacan, que arrastra al sujeto hacia ese encuentro con el mar donde se lo tragan las olas. Figura, realmente, muy precisa de lo que es la angustia y de su objeto. Ahí, al menos, tenemos una palabra para la angustia; por ejemplo, la palabra “caballo”. Ya ahí podemos hacer una primera diferencia clínica –que va a ser muy importante para el Psicoanálisis y que, además, sólo hace el Psicoanálisis de manera tan precisa– entre la angustia, la ansiedad y la fobia.
Freud hace esa distinción. Piensa que la angustia no tiene un objeto preciso, porque la angustia no sabe de qué se angustia, mientras que la fobia sí tendría un objeto. La fobia sabe muy bien de qué tiene miedo. Juanito sabe muy bien que tiene miedo de los caballos, cuando ha podido construir, nombrar con un significante, con una representación ese objeto de la angustia. Tanto es así, que llegamos a decir de la fobia, que “no hay nada mejor que una buena fobia bien organizada”. Los sujetos fóbicos, que tienen objetos muy precisos y muy bien localizados, se manejan a veces muy bien en la vida porque pueden vivir muy bien a condición de no cruzarse con el objeto fóbico. Entonces, conseguirse un objeto fóbico bien exótico es una buena forma de andar por la vida porque, justamente, es una resolución de la experiencia de la angustia. Ahora bien: detrás de la fobia siempre hay la experiencia de la angustia y algo de ese objeto que no puede nombrarse y que ha encontrado su resolución en la fobia [...]


Fragmento del libro El caballo del pensamiento. Presentación del Seminario X de Jacques Lacan, "La angustia". Editorial Universidad de Granada, Febrero 2011. (Transcripción de la conferencia impartida en el Salón de Grados de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de Granada, el 27 de octubre de 2006, con motivo de la inauguración del Ciclo de Conferencias y Debates organizadas por el Instituto del Campo Freudiano de Granada.)

06 de març 2011

Lecturas de la página en blanco




Un objeto tan invisible como silencioso atraviesa —¿desde cuándo?— el ser. La literatura, lo afronta a veces en la angustia; el arte, lo bordea para organizar su producción en torno a él; la religión, lo sacraliza para conjurar el horror al vacío; la ciencia, nos promete cada día colmarlo de saber. La historia de la clínica, en la descripción de los síntomas y malestares más diversos del sufrimiento psíquico, lo detecta como algo sin nombre ni representación posible: la angustia, la tristeza, las fobias se ceban en él.

La política, decididamente, no sabe dónde ponerlo aunque retorna una y otra vez en toda suerte de lapsus y equivocaciones, desencuentros y malentendidos que las transcripciones de los periódicos suelen omitir como algo sin sentido. Parece casi nada, como para pasar de largo, y sin embargo insiste en su modo de presentarse, más bien paradójico, como un objeto que no cesa de no aparecer, de no representarse. Llamemos así por el momento a este objeto sin nombre: la página en blanco.

Es este singular objeto, reacio a toda representación, el que tanto el arte como el psicoanálisis han hecho posible leer de formas distintas para cada sujeto. Encontrarlo bajo la forma de «la página en blanco» tal vez sea un buen modo de abordar el ser del sujeto que navega hoy sediento de representaciones por el espacio virtual, un sujeto que parece también liquidarse en la nada de su goce cada vez más fugaz e insustancial. Leer la página en blanco formaría parte así de una apuesta ética formulable en cada disciplina, cada una a su manera.

Para este quehacer, hemos llamado en nuestra ayuda al escritor y al científico, al calígrafo y al tipógrafo, al artista y al pensador, al poeta y al psicoanalista. Y hemos creído encontrar lecturas de la página en blanco que pueden despertar una verdad que, al igual que el inconsciente freudiano leído por Jacques Lacan, esperaba a convertirse en letra para ser leída en su justo lugar.

(Fragmentos de la Introducción a Lecturas de la página en blanco, Miguel Gómez Ediciones, Málaga 2011)

05 de març 2011

Presentación de “El autoritarismo científico” de Javier Peteiro




Llibreria Bertrand de Barcelona, viernes 4 de marzo de 2011
Desde el Instituto del Campo Freudiano hemos recibido de un modo especialmente  saludable la publicación de este libro de Javier Peteiro*. A  medida que iba  yo avanzando en su lectura, me dí cuenta muy pronto de  la gran importancia de lo que se plantea en sus páginas, de manera tan clara como documentada, y propuse de inmediato esta presentación.  No se trata solo de un excelente libro de lo que se suele llamar “divulgación científica”, - género que produce hoy algunos best-sellers de dudosa rigurosidad -, es un texto de una gran altura epistemológica, de pensamiento, en un momento en el que a la propia ciencia le cuesta enormemente “pensar” en su propia experiencia y en los efectos que produce en nuestro mundo.  Se revela también entonces como un libro de consecuencias prácticas cruciales.
Lo que yo no podía imaginar al proponer su presentación era el interesante encuentro que iba a producirse, a propósito de su lectura, y gracias a mi amigo y colega Francesc Vilá, con Joan-Ramon Laporte, director del Institut Català de Farmacologia, institución que comparte, según parece, algo más que las iniciales – ICF – con nuestro Instituto del Campo Freudiano.  Felices contingencias del significante, solemos decir los psicoanalistas. Lo que podemos compartir,  a través de la lectura de este libro, es una posición más que crítica hacia lo que en estas páginas se designa con el término de “Cientificismo” y que es una de los efectos más deplorables y devastadores del discurso supuestamente científico de nuestro tiempo.
Este cientificismo es hoy la ideología que ha ocupado el lugar que tenía no hace tanto la religión como garantía de creencia en un saber, un saber que puede utilizarse también con fines de poder y que llega a hacerse a veces absurdamente autoritario.
Este cientificismo es el que encontramos cada vez que aparece un titular como “Descubierto el gen del autismo” o “Descubierta la causa genética de la esquizofrenia”, o bien “Neurocientíficos leen en el cerebro las causas de la duda compulsiva y del sentimiento religioso”, o también “la Biología cada vez más cerca de hacer posible la inmortalidad del ser humano”. No estoy inventando, son titulares de periódicos, o de libros de divulgación actuales, sacados de citas de algunos científicos que se embarcan, sabiéndolo o no, en el barco del autoritarismo científico sin la más mínima reflexión de lo que es la experiencia científica y de sus falsas evidencias. Porque si vamos a estudiar las referencias precisas, - es lo que estamos haciendo desde hace un tiempo en un Laboratorio de la Universidad Jacques Lacan – si estudiamos las más serias y fundamentadas en las que se sostendrían tales afirmaciones, vemos de inmediato su absurdidad.
El problema es que este cientificismo es el que propone hoy reducir cada sujeto singular – tanto en su ser como en el tratamiento de sus sufrimientos – a un amasijo de genes y neuronas, sponiendo tratar así el sentido de ese ser y de ese sufrimiento. El error es de un calibre parecido al de querer interpretar el sentido de un cuadro, el de “Las señoritas de Avinyó” por ejemplo, con un análisis molecular del lienzo y de la pintura depositada en él.  Podemos resumir con esta simple comparación el profundo error del cientificismo de nuestro tiempo, pero no podemos calcular así todavía las enormes consecuencias éticas de tal error.

Pues bien, este libro de Javier Peteiro nos da una idea de dichas consecuencias y debería ser lectura imprescindible en las Facultades de Medicina,  de Psiquiatría y de Psicología, de Pegagogía, pero también en las de Física y, por supuesto, en la de Biología. A la vez, es un libro de una claridad meridiana para un lector no especializado. Es una verdadera vacuna que el Instituo del Campo Freudiano puede recomendar muy bien contra la epidemia del cientificismo y del “amarillismo científico” que invade hoy no solo buena parte de los medios de comunicación sino también algunos medios académicos y universitarios.  Y lo que es peor, es una epidemia que parece querer seducir hoy también a un pragmatismo político por su aparente garantía con la falsa etiqueta de “ciencia”. El debate, como ven, es de altura y toca lo más íntimo y crucial de nuestra civilización.

No quiero alargarme más. Saludo solo la excelente ocasión que tenemos de escuchar y participar ahora en una conversación que de hecho ya se ha iniciado a través de lecturas recíprocas entre el Dr. Joan-Ramon Laporte y el Dr. Javier Peteiro.



* Javier Peteiro, El autoritarismo científico, Miguel Gómez Editor, Málaga 2010.